“Con el corazón la fe conduce a la justicia, pero con la boca la confesión conduce a la salvación.” (Romanos 10:10)
“A cualquiera que me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 10:32-33)
Aquí están las palabras solemnes y severas del Señor, amenazando con la condenación eterna al cristiano que en la tierra se avergüence de Él y de Su santa y divina fe ortodoxa, es decir, amenaza a todos los que se han convertido en esclavos de la consideración humana. Estas palabras expresan una grave amenaza y al mismo tiempo contienen un gran y estricto mandamiento. El Señor se preocupa especialmente por este mandamiento, sobre todo porque lo proclamó con una amenaza tan severa, y no hay duda de su gran necesidad. Obliga a los cristianos a Confesar la santa fe cristiana no sólo ante Dios en lo más profundo del corazón, sino también fuera, es decir, ante los hombres.
No basta la fe interior, sino que Dios necesita también la fe exterior, es decir, la fe que los hombres ven a través de sus acciones, como confirma el apóstol Pablo: «Con el corazón se confiesa para justicia, y con la boca se confiesa para salvación» (Rom 10,10).
No basta la fe interior, sino que Dios necesita también la fe exterior, es decir, la fe que los hombres ven a través de sus acciones, como confirma el apóstol Pablo: «Con el corazón se confiesa para justicia, y con la boca se confiesa para salvación» (Rom 10,10).
Hay muchos cristianos que quisieran limitar la santa fe cristiana a los sentimientos puramente interiores, es decir, al secreto del corazón, para no expresarla en sus acciones visibles y públicas. Estos cristianos pueden decir que oran y adoran a Dios en sus corazones y que eso es suficiente. Sin embargo, esto no es correcto y no es suficiente para la verdadera confesión de la santa fe cristiana.
Es muy cierto que la fe que nace del corazón es muy necesaria, porque sin ella la fe exterior no valdría nada, o mejor dicho, sería como un cuerpo sin alma. Del mismo modo, la fe interior no basta por sí sola, porque es necesario que sea activa, o mejor dicho, que se la confese exteriormente con palabras y obras. La razón misma nos dice que el cristiano está obligado a hacer una confesión exterior de fe, en primer lugar, por amor a Dios mismo.
Dios es el creador y soberano supremo del cristiano, y éste es obra de sus manos, es decir, su creación, y depende de él para su ser entero. Dios le ha dado no sólo un alma sino también un cuerpo, no sólo facultades mentales sino también sentidos mediante los cuales el alma puede expresar sus pensamientos y sentimientos.
Por lo tanto, si Dios es el amo del cristiano, éste debe adorarlo con todo su ser. Si le ha dado un alma y un cuerpo, entonces está obligado a servirle no sólo con sus poderes mentales, sino también con sus sentidos físicos.
De lo que ya se ha dicho se desprende que no basta con adorar y orar a Dios sólo con el corazón, sino que es necesario honrarlo también con el cuerpo. El cristiano debe expresar exteriormente, con palabras y acciones, los sentimientos de admiración y amor que alberga en su corazón hacia Dios.
Es bien sabido que cuando el alma de una persona se ve fuertemente dominada por algún sentimiento, es absolutamente necesario que lo exprese exteriormente. El alma y el cuerpo están unidos y dependen uno del otro y actúan juntos. Por lo tanto, si un cristiano tiene la debida reverencia interior hacia Dios, entonces es absolutamente seguro que mostrará esta reverencia exteriormente para que los demás puedan verlo claramente.
La confesión pública de la santa fe cristiana es una necesidad y un deber necesario ante nuestros semejantes, que esperan ser inspirados por su ejemplo para poder seguir el camino de la verdad y de la virtud. La obligación de confesar la fe es como cualquier otra obligación e incluye tanto una prohibición como un mandato. La prohibición se refiere a no hacer nada que pueda favorecer la negación o negar la fe, mientras que el mandato se refiere a confesar esa fe públicamente y sin temor en palabras y obras.
Y el apóstol Santiago confirma que la santa fe cristiana debe ser confesada públicamente y sin temor, con palabras y obras: «Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?» (Santiago 2:14). ¡Amén!
Nema komentara:
Objavi komentar